miércoles, 17 de junio de 2020

Lenta rabia.



    Mis primeras alucinaciones ocurrieron en 2011 mientras cursaba la universidad, siempre tomaba siestas vespertinas en lugar de lavar trastes. Una vez, al abrir los ojos, vi algo parecido a un grupo de ramas de árbol: negras y retorcidas, avanzaban hacia mí desde el interior del ropero y no desaparecieron al frotarme los ojos, más bien retrocedieron por donde venían.
En esa misma casa, construida por la familia y en la que vivía sola, recuerdo haber despertado al sentir ambas piernas caer sobre el colchón, de ser así, mi cuerpo tendría que haber estado elevado al menos 45 grados respecto a la cama; pero siempre valorando más la vida mientras duermo que despierta no pensé mucho en eso y me volví a dormir.
Mi vida ha sido una sucesión de mudanzas, más por cualquier cosa nocturna que sucediera allá a donde fuera; por ejemplo, la diminuta habitación rentada en una casa de huéspedes en 2014. Rodeada de cajas y cajas, desde mi cama solía ver luces de colores, algunas formaban caprichosas espirales y otras grupos que se parecían a flores.
Realmente no me quitaban el sueño, hasta que una noche me percaté que mi perro, sentado junto a mí en la oscuridad, miraba hacia arriba con las orejas alerta: Ahí estaban las luces, justo sobre nosotros. Me senté en la cama con ellas a unos centímetros de la cara mientras se apagaban una por una ¿tú también las ves? Le pregunté al perro, de contestarme habría sido el acabose, supongo.
De ese microcuarto en otra ocasión me vi en la necesidad de salir a las cuatro de la mañana para tomar un taxi a la casa de mi mejor amiga, solo porque desperté y sobre la cabecera de la cama vi el pie de alguien que se acababa de meter a la pared, sí, alguien que flotaba por ahí y al verme despertar se había metido a la pared, usaba zapatos Oxford de un tipo antiguo, por cierto.
Luego de vivir en El Chacón, Saucillo, Parque de Poblamiento, Morelos, 11 de Julio, C Doria, Villas del Álamo, en 2017 mi regalo de cumpleaños fue una hermosa e invisible casa blanca, la llamo invisible porque cuando alguien va por primera vez se estaciona en la casa siguiente como si la mía no existiera.
Tuve más visiones, en octubre del mismo año algunas eran formas geométricas cuadradas o rectangulares, podría describirlas como “jaulas” dibujadas con base en rayones de tinta negra; por más que parpadeara o me frotara los ojos culpando al constante uso de la computadora no desaparecían ni cambiaban de forma.
Llegué incluso a pensar que sería algún tipo de sinestesia, que es una sensación causada por un estímulo pero en un sentido que no le corresponde, por ejemplo, las personas que son capaces de ver la música como una secuencia de formas u oler colores.
Sin embargo, ese mismo mes desperté y descubrí la vaporosa silueta de una niña de pie frente a mi cama. Una figura blanca, como hecha de humo.
Días antes había visto un extraño rombo perfecto y oscuro, parecía hecho de una superposición de cuadrículas dibujadas impecablemente con tinta negra, todas de distintos tamaños y agrupadas hasta formar una sola figura tridimensional. Lo más destacable era que en su centro brillaba una luz blanca, completamente ajena al ambiente sepia de mi habitación, originado por la luz de un poste cercano.
Volviendo a la niña, también emanaba luz, cuando desperté creí que había dejado la cortina abierta, demasiada iluminación del lado opuesto de la habitación, giré sobre mí y ella estaba ahí, de pie, compuesta por neblina viva, no tenía rostro, solo era una silueta cuya mitad sobresalía de la cama; no desapareció, no desapareció, no desapareció. Extendí la mano para intentar tocarla pero desperté tal cual: boca abajo con la mano extendida.
Una compañera en el trabajo me recomendó que le pusiera algún juguete y una veladora, pidiéndole amablemente que siguiera su camino. El primero y 2 de noviembre hice pan de muerto duro como piedra y compré bloques de juguete, “puedes irte si quieres, o quédate pero tienes que estar tranquila”.
Solo unos pocos días después, a las dos de la mañana, vi el perfecto rostro de un bebé envuelto en un velo transparente que flotaba alrededor de su cabeza como las alas de un serafín, porque era solo eso: la cabeza, flotando lentamente dos metros por encima, atravesando la habitación entera.
Esa noche me levanté, encendí la luz y permanecí una hora sentada en la cama sin entender. Afuera se escuchó el silbido de alguien.
A partir de entonces intenté dormir con la luz encendida pero era agotador, después probé usar un antifaz para dormir pero los gritos de alguien cerca de mi oído me despertaban. Otras cosas pasaron, como cuando creí haber perdido un arete en la regadera y luego lo encontré entre las sabanas con el broche puesto. Hasta hoy no recuerdo habérmelo quitado y menos vuelto a ponerle la “mariposa”.
Otra ocasión encerré a los perros en su habitación y por la mañana ellos me esperaban alegres en la sala.
Diagnóstico: esquizofrenia, si hace algunos años me hubieran dado tantas de esas pastillitas me las hubiera brindado con algo de mezcal, soñando todavía con el futuro, pero hoy, después de que han pasado los años, entendí lo que está pasando: la muerte se hizo un nido en mi cabeza

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