sábado, 15 de octubre de 2022

El asesino de las ofrendas.

 Esta historia es ficción y su contenido violento no se debe imitar,

bajo ninguna circunstancia.


 Christian Sandoval Hernandez.


Entre el calor asfixiante y el olor producido por sus cuerpos

sudorosos, no quedaba más que reposar su placer echados uno

al lado de otro. Hay pocos temas que, aparte del amor se

puedan discutir en la negrura, por ejemplo, el miedo.

-Le dicen “El asesino de las ofrendas”, ya van 3 casos.

-¿Y por qué le dicen así?

-Viste que quitaron la del zócalo municipal, ahí encontraron a un

muchacho, bueno, su cabeza, las tripas...

-¿A quién?

Ignacio lo conocía, seguro. En ese pueblo pequeñajo, era difícil

que alguien no se conociera, al menos de vista.

-“La Juliana” esa loquita que apenas llegó a los dieciocho: su

sangre emplastada en el papel picado, en las frutas, ahí

confundida con el mole; los brazos y las piernas en cruz junto al

copal, acomodados hacia los puntos cardinales, y hasta arriba

junto a nuestro señor, las caderas cercenadas a machetazo

limpio, con las nalgas retando la intemperie y aquello a tajadas,

pero no del todo rebanado, si no colgando como papel

decoración. Salió en la nota roja.

Le dio un retortijón, no leía la nota roja, pero conocía a la loquita,

se le había insinuado unas veces, pero Ignacio no era de locas, ni

de vestidas, si le gustaban los varones, le gustaban los varones

igual a él, como el René. Estaba seguro de que ambos se

guardarían sus secretos, un asesino de homosexuales era una


cosa para cuidarse al doble. A lo mejor nada más mataba

vestidas.

Aunque la conversación no les quitó las ganas, a las tres de la

mañana, una hora antes de trabajar, lo volvieron a hacer, luego

se vistieron.

-Fue bueno, no sabía que eras gay, pero me dio mucho gusto

que me invitaras René, pensé que a lo mejor te hacías mi amigo.

-¿Qué dijiste?

-No, es que...

-¡No soy gay! ¡ni marica! ¡ni nada!- Gritó René- ¡Por eso me

cagan los pinches jotos! 

-¿Qué te pasa?- preguntó Ignacio a duras penas, mientras René

lo sujetaba del cuello de la camisa y le daba un fuerte puñetazo.

-¡Me cagan! ¡Me cagan! ¡Primero te provocan y de inmediato

creen que eres uno de ellos!

Ignacio trató de gritar, pero René se lo impidió prensando su

garganta, susurrando una y otra vez.

-No soy homosexual... no soy homosexual.


La familia de Ignacio era fiel a sus difuntos, siempre ponían la

ofrenda en el patio y la compartían con los vecinos.

-Los huesos en el primer nivel, lo último que en tierra ha de

quedar- Murmuró René colocando el costillaje abierto en ese

espacio del altar- La cabeza, en el segundo nivel, por la

redención que nunca has de alcanzar... La cadera entera en el

tercero, porque la gloria que en tus días tuviste, no te llevará a

contemplar la de verdad, porque fuste una ofensa para nuestro

señor, por eso le ofrendo por ti, tu dolor.

Eran las seis de la mañana cuando el padre de Ignacio salió a

soltar a las gallinas del corral, escuchó unos pocos pasos

apurados.

-¿Quién ahí?- preguntó.


Fin.


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