domingo, 21 de junio de 2020

Dolores en el camino.



Dolores en el camino
Leyendas de los Dioses Murciélago I.

Por: Christian Sandoval.



De noche y por la orilla del camino que lleva hacia los barrancos, caminaba una chiquilla descalza, con una túnica de manta como única prenda, en ella, incide la luz de la luna, transparentando  su silueta en forma de cántaro, alrededor suyo, se envuelve y desenvuelve una trenza larguísima color obsidiana. De pronto daba saltitos y los largos dedos de sus pies se amoldan a las rocas del camino, están morados del frío, heridos por breves rasguños.

Esa vez, un hombre  poderoso andaba por ahí, haciendo campaña para volverse diputado; traía una escolta de camionetas grandes y costosas, cada una con cinco o seis guarda espaldas, excepto en la suya, donde lo acompañaban tres y un par de señores igual de importantes.

La madrugada era plena y  el cielo limpio, estrellado; hacía un frío endemoniado y la tierra que levantaban los neumáticos formaba nubes luminosas en la oscuridad. Aún así, el candidato alcanzó a ver la pequeña silueta sorteando los obstáculos al filo del barranco, espero pacientemente hasta que los vehículos le dieron alcance, y así pudo apreciar su belleza.

Con voz rasposa ordenó que la subieran a la parte trasera de la camioneta y corrieran la cortina de plástico negro. ¿Quieres que te lleve? Preguntó él, panzón, medio calvo, con piernas largas gruesas. Se descubrió obsesionado por su belleza. La verdad es que era un mal hombre.

“No tengas miedo”  le susurró al hundir su mano velluda dentro de la leve vestidura. Cuál sería su sorpresa que en vez de llanto, hubiera una sonrisa en los tibios labios, que con una voz parecida al silbido de un conjunto de aves por la mañana arrojó  una retahíla de palabras incomprensibles, y aquel nombre sagrado que tanto le gustaba: Dolores.

La abrazó desesperado, deseando que penetrara en su nariz ese olor almizclado que transpiran las muchachitas a esa edad, pero sólo aspiró frágil cuello un aroma a tallos mojados y flores de camposanto. La boca de la jovencita se cerró sobre la suya, más grande que la de él, más grande que una fosa mortuoria, que un abismo podrido, con su alfombra-lengua  hecha de larvas blancas.

Ahí se perdió el político, oyendo durante los últimos instantes la voz de su madre, cantándole a la rorro y platicándole viejas leyendas sobre brujas, y nahuales, porque él también, alguna vez… fue un hombre de campo.

Los guardias no saltaron al escuchar su último suspiro,  menos con aquel chasquido líquido que se producía una y otra vez del otro lado de la cortina, hasta lo callaron con música de bandas. Eso sí, antes de llegar a poblado decidieron llamar al patrón para que se vistiera y botara a la chamaca en algún barranco.

Como no respondía, corrieron la cortina, sólo  para encontrar un pellejo moreno, vacío de carne y huesos, como un costal espachurrado, por cuya boca se asomaba su interior rojo, liso, brillante, como una cereza.
En las películas vemos que los demonios chupasangre se llaman vampiros. Yo nací en este pueblo, y acá les llaman de otra forma. Antes que vinieran los españoles les decían dioses, y los veneraban con sacrificios; Ahora supongo que andan muy hambreados porque nadie cree en su existencia.

Si no quiere no me crea, pero a mí se me apareció: Manejaba este mismo camión, por allá, más adelante, y me quedé hipnotizado de esos ojos, de ese cuerpo frío oloroso a panteón. No, ¡palabra que no la toqué! Lo único que hice fue comprender su naturaleza, es nada más una niña, y necesita quien la cuide.




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