El niño flor.
Era una niña sin amigos, que sentía vergüenza; porque a la hora de ir a casa, era la única sola.
A lo largo de una ciudad hecha de puras avenidas, tomaba el
camino más largo, sorteando un montón de pequeñas casas.
Cada día, pasaba por un puesto callejero para comprar una
gordita, y cada día le inventaba a la señora que las hacía, una historia
distinta de porque estaba sola.
“Es que castigaron a mi amiga”
“Hoy va a haber partido, pero a mí no me gusta”
Los pretextos eran decorados con nombres, horas y
hasta sabrosos detalles como “mi mejor amiga se llama Paty, hay otra Paty
también, que corrió por la lonchera cuando la maestra dijo su nombre, sabía que no era la suya, entonces mi amiga se la peleó “
Una tarde, la niña, llevaba su gordita en la mano pero no le
había mordido, porque esta vez no creía haber convencido a la señora del
puesto. Tenía la vista en el suelo, para evitar empeorar todo pisando una
grieta.
Al finalizar la cuadra, en la esquina de la banqueta vio un
niño flor.
Era blanco, muy blanco, con unas líneas ligeramente
oscurecidas por el doblez de los petálos, ahí era donde se notaba que sus ojos
estaban decaídos y su boca formaba una curva triste. Sus brazos, en unas partes
verdes y en otras partes marrón, se extendían hacia arriba en un eterna
solicitud, casi secos, pero sin rendirse. Abajo tenía más hojas, estas eran
verdes y frescas; parecía que las hojas de arriba pedían para proteger a las
hojas de debajo de su destino.
La niña se enamoró del niño flor.
No podía permitir que la viera sosteniendo una gordita, así
que la arrojó al tacho de basura que estaba del otro lado de la banqueta. No le
atinó.
Se sentó a su lado en diminuto escalón, mirándole la cara,
sin saber cómo hablarle de su amor.
Una niña sin amigas, que se iba a su casa inventando
historias para evitar la soledad, nada tenía para conquistar a un niño flor,
además había otros problemas: ella era mucho, mucho más alta y los niños-flor
no hablan, menos uno tan agónico como ese, no hacía otra cosa que proferir una
melodía lastimera que la niña cuidó muy bien de aprender.
Luego de un rato se levantó y recogió una lata de atún de la
basura, corrió al puesto de las gorditas, le dijo a la vendedora que si le
regalaba tantita agua, que en la esquina había un niño-flor y que le iba a dar.
Muy amable la señora le dijo que sí y le dio una lata más grande, la de sus
frijoles, entonces la hizo pasar a su casa que estaba atrás del puesto para que
la pudiera llenar.
La niña, a duras penas, pudo esperar los pocos segundos que le tomó a la lata llenarse hasta el borde,
abandonó la frescura de la casa cruzando la puerta para llegar al sol.
Afuera la esperaba la señora del puesto muy entusiasmada.
Había arrancado al niño-flor de la banqueta y lo había puesto en un bote
transparente lleno de agua, a través de él, se miraban sus raíces blancas mezcladas
con la tierra oscura.
Sonreía afectuosa, orgullosa de sí misma por haber cometido
asesinato.
-Ten- dijo.
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