Cansada de llorar por los ojos de Ángeles levante la vista y encontré tu nuca pálida y esa unica ondulación en tu pelo, cuidadosamente peinado hacia atrás, todo, excepto por esa pequeña zona que nunca alcanzabas. Recuerdo tu camisa negra y la azul de mezclilla, también una verde; una vez traías torcido el cuello de la azul, no sé como me atreví a acomodarlo. Como me atreví, sólo era una extraña sentada en el pupitre de atrás, una de tus nuevas compañeras de semestre, la que nunca hablaba o siquiera sonreía; todos los días dormía en clase y al despertar miraba tu espalda, tu cuello y el límite donde termina tu fino cabello e iniciaba la piel del cuello, era hermoso y sencillo, debió quedarse así.
Pero volteaste a verme.
Y te topaste con una persona no sólo carente de orientación sexual si no de cualquier otro tipo de orientación, una persona que toma cuanto le gusta sin orden sin ideas sobre orden alguno, alguien a quien no le importan los sentimientos de otros hasta que están masacrados o perdidos porque busca hundirse, en ese momento no lo sabe, pero le gusta hundirse, trastabillar en la madrugada buscando una esperanza en la que vomitarse, aullar sola en un escenario vacío que a todos repugna, que ensalza los vicios y se los come con manicomios. Nunca quise casarme, nunca quise ser madre, tengo los ojos tiernos es cierto, pero los perros también los tienen y aún así cuando ven a un perro muerto se revuelcan sobre él, pasé una temporada a tu techo y luego me largué, aún así por las noches regresaba a arañar la puerta como si quisiera entrar, fámelica, empapada, pero no, en realidad: si hubieras abierto la puerta no habrías encontrado nada. Jamás debiste hablarme.